Llevo días, semanas, de hecho, queriendo ordenar en palabras
tantos sentimientos e ideas que los últimos acontecimientos violentos en el
mundo me han producido. Todo se agudizó, más no empezó, desde el llamado #24A,
el día de la marcha contra las violencias machistas a nivel nacional; La
Primavera Morada. La poca concurrencia a la marcha en Querétaro y el hecho de
que la mayoría de esos pocos asistentes fueran miembros de organizaciones
civiles y colectivos de activistas me dejó pensando en el poco, poquísimo apoyo
que tenemos las mujeres en la lucha feminista. (Y no, no pienso en el apoyo de
los hombres, sino en el de las mujeres mismas. También nos falta el apoyo que
debería ofrecer el Estado, la protección que debería garantizarnos). En esa
marcha y durante ese día me enteré de tantas violencias machistas por medio del
hashtag #MiPrimerAcoso, y se me rompía el corazón cada vez que leía algo al
respecto. Me volví hiper-consciente de las actitudes machistas de las y los
demás. Abundan.
Luego, poco a poco, me fui dando cuenta de que la lesbofobia
también abunda, incluso dentro de los círculos LGTBI. Se habla de homofobia por
aquí, homofobia por allá, incluso cuando el acto de discriminación involucre a
una pareja de mujeres (como es el caso de las seleccionadas de soccer
mexicanas, Bianca Sierra y Stephany Mayor). Tal parece que las lesbianas somos
una doble minoría.
Después vinieron dos casos muy sonados de abuso sexual. El
primero, en Brasil, donde una chica de 16 años fue violada por aproximadamente
30 hombres (ustedes disculpen, es que entre la droga y el alcohol que le dieron
y el trauma que estaba atravesando, ella no pudo contar con exactitud). Estos
hombres subieron incluso una fotografía a redes sociales mostrando a la chica
inconsciente, ensangrentada, y ellos riéndose. Fueron 30 hombres. Entre 30
hombres no hubo UNO que la ayudara; UNO que no participara del asqueroso acto,
como si fueran animales sin voluntad que no pueden controlar sus impulsos (y
hasta los animales pueden entrenarse para eso). Han pasado semanas y no he
visto noticia alguna de que hayan dado con los agresores. No muchos días
después, sale a la luz el caso de una chica abusada en 2015 en la universidad
norteamericana de Stanford. Su agresor, un flacucho con cara de imbécil, que
resultó ser atleta destacado de dicha universidad, recibió solamente 6 meses de
prisión como sentencia, aunque un jurado lo encontró culpable –por unanimidad-
de tres cargos de agresión sexual. Podrá salir en tres meses si prueba buen
comportamiento. ¿Por qué el juez le otorgó una sentencia tan benévola? Porque,
según tal juez, una sentencia mayor podría ser demasiado dura para violador
ese. Los efectos del sistema hetero-patriarcal-capitalista-blanco se hacen
presentes día a día.
Lo anterior es solo la introducción. Lo anterior es solo una
probadita de lo injusto y asquerosamente violento que se puede poner este mundo
gracias al sistema mencionado. La indignación, el dolor y la rabia habían ido
acumulándose en mi corazón a causa de estas cosas. Luego vino una oleada de
lesbohomobitransfobia por parte de líderes religiosos del país a partir de las
declaraciones del gobierno federal en cuanto a la legalización del matrimonio
entre personas del mismo sexo y el derecho de estas parejas a adoptar
niñas(os). Comenzó la batalla de argumentos entre fanáticos de la religión y
opositores a la misma. Me encontré en medio, esquivando odio de un lado y del
otro porque yo soy cristiana y soy lesbiana. Me quedé en medio, siendo testigo
de la ignorancia de unos y otros (aunque de unos más que de otros, como
siempre).
He intentado abogar por el derecho de la comunidad LGBT ante
mis correligionarios apelando al amor de Dios por TODXS, a la salvación de
Cristo para TODXS, a nuestra responsabilidad de escudriñar las escrituras, de
cuestionar a nuestros líderes y de discutir este asunto directamente con Dios.
He apelado, también, al amor al prójimo que tanto alegamos tener. Amar a tu
prójimo incluye no coartarle sus derechos y no querer imponerle tus leyes
espirituales (las verdaderas y las que tú te inventas). Incontables veces mis
palabras han ido a dar a oídos sordos, han sido echadas en saco roto. Y yo he
sido acusada de hereje, de dura de cerviz, de tener un corazón cauterizado. Esto,
por cierto, no me apura. Mi confianza está en Aquél que me salvó y que cada día
me confirma su amor.
He intentado, también, mostrar a mis compañerxs LGBTI que el
problema no es Dios / Jesús (o Mahoma, Allah, Budah, el Osito Bimbo), sino la
raza humana misma, imperfecta, llena de odio y prejuicios fomentados por aquellos
con intereses de supremacía. Esta raza humana tomará lo que sea como un
pretexto para juzgar a los demás, para odiarlos simplemente porque son
diferentes. Usará lo que sea, religión y dioses incluidos. Y quizás (digo
quizás porque nadie me lo ha dicho directamente aún) me han considerado
fanática, ridícula, incoherente (“¿Cómo puedes seguir creyendo en eso que
crees?”).
En las últimas 24 horas, ese sentimiento de pertenecer y no
pertenecer a un bando o al otro volvió con fuerza. La madrugada de ayer, domingo
12 de junio de 2016, un hombre entró a un bar gay en la ciudad de Orlando,
Florida, y disparó contra la multitud usando un rifle semiautomático. Mató a 49
personas. Mató a 49 hombres y mujeres homosexuales, lesbianas, travestis,
queer. Mató a 49 latinos y latinas. Mató a 49 seres que, según mi fe, fueron
creadas a imagen y semejanza del Dios que me creó a mí, lo cual nos conecta de
una manera que trasciende a lo humano. Luego, aquél hombre, que también fue así
mismo creado, fue abatido por las balas de la policía. Este hombre era,
supuestamente, musulmán. Y digo “supuestamente” porque de haber sido
practicante no hubiera hecho lo que hizo (si tiene alguna duda, por favor,
póngase a investigar y no se trague lo que andan diciendo por ahí). La islamofobia
no se hizo esperar (caray, esta raza humana y su fobia a todo lo que le es diferente).
Y el muro de noticias de mi cuenta de Facebook se llenó de publicaciones de
gente expresando su rechazo, su odio e intolerancia por… las religiones. Tan
solo días atrás era al revés: un muro lleno de rechazo, odio e intolerancia
contra la comunidad LGTBI. Y leí cosas como, “Dejen de decir que van a rezar /
orar por Orlando; ¡eso no sirve de nada!”; “¡Hipócritas! ¿Cómo pueden
lamentarse y ofrecer condolencias ante lo que ustedes promueven?”; “La Biblia /
el cristianismo / el islam promueven el odio y la homofobia”.
Hay un dicho en inglés que reza, “Walk a mile in my shoes”
(Camina una milla en mis zapatos). Yo les pediría que caminen dos millas en los
míos. Una milla en la experiencia LGBTI y otra milla en la experiencia de la fe
cristiana. Vamos, pruébense mis dos pares de zapatos, al mismo tiempo, como yo
los uso a diario. Tienes –tenemos- la responsabilidad de no ser ignorantes y de
no esparcir la ignorancia. Si te asumes cristiano o cristiana, tienes la
responsabilidad de informarte, o serás llevado
cautivo por no tener conocimiento. Si eres LGBTI, tienes la responsabilidad
de no ser ignorante porque bien sabes que tú has sido rechazado por aquellos
que lo son y sería una pena caer en lo mismo. Si seguimos pensando en términos
de “nosotros contra ellos”, quienquiera que “ellos” sean, solo vamos a avanzar
a paso firme hacia nuestra propia destrucción. Si continuamos culpando a la
religión, o al ateísmo, o a Dios de lo que pasa en este mundo, simplemente no
estaremos haciéndonos responsables de nuestra propia mierda, de nuestros odios
y prejuicios.
Lo que acabas de leer quizás no tiene pies ni cabeza. Está
hecho a manera de catarsis; demasiados sentimientos como para convertirlo en un
ensayo académico. Y es que nada de lo que ha pasado, desde #MiPrimerAcoso hasta
la matanza en Orlando, pasando por incontables violaciones, por otra balacera
en un antro gay de Veracruz y la tortura y crucifixión o decapitación de
cristianos por ISIS, tiene sentido. El odio no tiene sentido. Decir que mis
oraciones no sirven de nada no tiene sentido. Decir que “Dios ama al pecador
pero no al pecado” no tiene sentido. Decir que las religiones provocaron lo de
anoche es estúpido. Decir que “su pecado los alcanzó” es, no solo estúpido,
sino asquerosamente cruel. Nada de esto tiene sentido. Lo único sensato es actuar
contra nuestro instinto… y amar.
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