El siguiente texto fue publicado en Julio de 2015 por la Revista Prosvet, publicación queretana.
Hace casi diez años salí del clóset.
Cité a una de mis mejores amigas bajo un gran árbol frente a nuestro salón de
la Facultad de Lenguas y Letras de la UAQ. En lo que Mariana, mi amiga,
llegaba, me fumé media cajetilla de Marlboro rojos y casi cavé un surco de
tanto dar vueltas en el mismo lugar. Cuando por fin la tuve enfrente, le di
muchas vueltas al asunto hasta que pude soltar un “me gustan las mujeres”. Ella
me dijo, “ya lo sabía”. Aparentemente medio mundo se entera antes que tú de que
eres gay. Le confesé, pues, mi pena (porque en ese momento para mí era una
pena), y luego me volví a meter un poco al clóset porque, bueno, era un poco
más seguro ahí. Tres años después, mi mamá me sacó otra vez del dichoso clóset,
y no fue nada agradable. Un día me dijo que pasaría por mí a la universidad
porque quería hablar conmigo. De pronto pensé que ya sabía de qué se trataba el
asunto. Llegó, me subí a su auto y nos fuimos a estacionar atrás de la facultad
de Derecho, por donde están aquellas legendarias tortas. “Creo que hay algo que
tienes que decirme”, “No sé qué quieres que te diga”. Nos aventamos la bolita
como media hora hasta que logró sacarme la misma frase que años atrás le había
dicho a mi amiga. Al escucharla, mi mamá respondió, “Paloma no es tu amiga,
¿verdad?” –Paloma era mi novia, claro. “Sabes muy bien lo que la Biblia dice al
respecto”, dijo mi madre. Vaya que lo sabía. Ella, mi hermano y yo comenzamos a
asistir a la iglesia cristiana bautista cuando yo tenía 15 años. Mi mamá
acababa de casarse con un hombre cristiano con quien había salido por ocho años
y, por primera vez, yo tenía una familia “completa”. Mamá, papá e hijos. A toda
la estructura y estabilidad que eso pudo ofrecerme, se sumó el sentido de
pertenencia y de identidad ofrecido por la iglesia cristiana (o protestante /
evangélica, como nos dicen para distinguirnos de los cristianos católicos). Ahora que creía en Jesucristo y su obra
redentora, mi vida tenía sentido y, más importante, tenía propósito. Durante
los primeros años de mi andar cristiano aprendí los dogmas básicos; aprendí qué
era bueno y qué era malo, y qué se esperaba de mí. No me malinterpreten, no
solo se trató de un coco wash,
verdaderamente mi vida experimentó un cambio al saber que aquél ser a quien
consideraba el creador del universo me amaba y había dado a su Hijo por mí. Sin
embargo, había mucha paja entre todo esto. Así pues, supe que la mayor
aspiración de una mujer era casarse con un buen hombre de Dios (un bonus si es Pastor), serle sumisa,
procrear hijos con él y fungir como su ayuda
idónea. Por su parte, la mayor aspiración del hombre era consagrar su vida
al servicio del Altísimo, casarse, ser un respetado líder de familia y procrear
hijos a quienes heredarles la tradición cristiana. Entonces, la idea de una
pareja conformada por dos hombres o dos mujeres simplemente no estaba en la
escena. Lo que es más, una relación romántica entre personas del mismo sexo se
consideraba una aberración, una perversión, una violación a las leyes naturales
de Dios. Yo sabía esto a mis 16 años, cuando empecé a fijarme en mis compañeras
de la prepa (y sutilmente acariciaba la pierna de una de ellas cuando nos
sentábamos en la alfombra del taller de teatro) incluso aunque tenía novio. Yo
sabía esto cuando colgué un póster de Angelina Jolie en su papel de Lara Croft
en una pared de mi cuarto argumentando que era una excelente actriz (not), y
cuando una media noche (con el volumen de la TV al mínimo) la vi en su papel de
Gia Carangi. Lo sabía a los 18 años cuando me enamoré de mi mejor amiga –esos
ojos verdes. Lo sabía. Y por eso no podía creer que esto de ser gay me estuviera
pasando a mí. Creía que por ser cristiana era inmune a sentir este tipo de
atracciones prohibidas. Esa misma noche les dije que sí, que sabía lo que la Biblia
decía, pero que no me importaba más. Estaba harta de ocultarme, de reprimirme.
Tenía qué experimentar realmente lo que significaba ser lesbiana. Me corrieron
de la casa. Una semana después, mi novia me dejó por un tipo y yo caí en una
depresión que se apoderaría de mí de forma intermitente por los siguientes cinco
años.
Hay ocho versículos clave en la
Biblia que abordan algún tipo de relación homosexual. Ocho versículos de 31,103
versículos que tiene la suma del Antiguo y Nuevo Testamento. Ninguno de estos
versículos se encuentra en los Evangelios, es decir, ninguna de estas citas es
atribuible a la persona y tiempos de Jesucristo, sino a otros personajes como
Moisés y el Apóstol Pablo. Con estos ocho versículos las religiones
judeocristianas han defendido la idea de que ser homosexual o lesbiana (ya no
digamos transexual o u otras), es pecado. Con estos ocho versículos fui confrontada
por Pastores, familia y queridos amigos que, dentro de su marco de creencias, estaban
sinceramente convencidos que yo necesitaba cambiar. Un mes después de que mis
padres me corrieran de casa y de que mi novia me dejara por otro, hablé con mi
papá y llegamos a un acuerdo: podía volver a vivir con mi familia si aceptaba
trabajar en un cambio. Pray away the gay.
Y tal cual, pasé noches orando de rodillas, pidiendo a Dios que me
cambiara, que me quitara eso. Oré con
amistades, con Pastores, con consejeros. Ahora que lo pienso, nunca oré con mi
familia. Busqué, incluso, un “psicólogo cristiano” para que me ayudara a
averiguar de dónde venían estas atracciones -de qué trauma de la vida- y poder
darles batalla. También recurrí al maravilloso internet. Sabía que en Estados
Unidos, la meca del cristianismo contemporáneo, existían organizaciones
cristianas que se dedicaban al apoyo y consejería de personas con, como ellos
le llaman, SSA (Same Sex Attractions – AMS, Atracción hacia el Mismo Sexo). Me
registré en el foro del ahora extinto Exodus International, uno de los grupos
más grandes del movimiento ex gay, cuyo último presidente, Alan Chambers, pidió
una disculpa pública a todas aquellas personas homosexuales y lesbianas a
quienes la organización había dañado en su intento de ayudarles a cambiar su
orientación sexual. Ligado a este movimiento existe aun el de Exodus
Latinoamérica, en cuyo blog también me registré. Me hice de todas las
herramientas que creí necesarias para dejar de ser lesbiana… con ayuda de Dios.
Cabe mencionar que durante los años que intenté “dejar de ser gay”, tuve
novias. Cada una, aunque estuviera yo muy enamorada, significaba un fracaso,
una forma más de decepcionar a Dios. El resultado de involucrarme en las
organizaciones ex-gay (aunque hice una que otra buena amistad que aún conservo)
fue sentirme frustrada, herida y confundida; sentir que no era digna del amor
de Dios y que mi destino era estar lejos de Él.
Por tres años estuve en una relación muy
disfuncional con una chica a la que amé y herí mucho, y que también me amó y me
lastimó. No mucho tiempo después de haber terminado con ella, ya había buscado
y encontrado a otra terapeuta. Ya no para dejar de ser lesbiana, sino para
lidiar con mis ciclos depresivos que entre otras cosas me llevaron a medicarme
y me produjeron fuertes impulsos suicidas. También comencé a preguntarme si
realmente era posible dejar de ser gay. Y no solo eso, me preguntaba si
realmente Dios quería que dejara de serlo, si realmente esos 8 versículos
significaban lo que en la iglesia me habían dicho. Entonces acudí a San Google;
escribí “Christian gay”. El primer resultado me llevó a la página www.gaychristian.net,
de algo llamado The Gay Christian Network. Sí, había gente que pensaba que ser
gay y cristiano no era imposible; no solo eso, sino que esas personas también
creían que la Biblia no condenaba la homosexualidad y que Dios bendice las
relaciones –monógamas y comprometidas- entre personas del mismo sexo. Un nuevo
mundo estaba frente a mis ojos. En cuanto me fue posible, compré el libro Torn,
escrito por Justin Lee, el fundador de The Gay Christian Network. Fue la
primera vez que leí el testimonio de alguien que, como yo, había pasado años
pensando que su relación con Dios estaba rota por lo que le habían enseñado en
la iglesia acerca de la homosexualidad. Después de haber analizado
detenidamente los ocho controversiales versículos, Lee llegó a la conclusión de
que Dios lo amaba y lo había creado como era, gay todo. La corriente cristiana
incluyente (affirming Christians) tiene
una fuerte presencia en Estados Unidos y es algo que apenas comienza a penetrar
Latinoamérica. Existen varios autores cristianos, entre los más representativos
están Matthew Vines (God and the Gay Christian) –cuyo testimonio en video se
encuentra en Youtube-, y el Pastor Rommel D. Weekly (Homosexianity y The
Rebuttal). Leyendo sus libros me topé con estudios teológicos profundos que
demuestran cómo la Biblia ha sido mal interpretada en el tema de la
homosexualidad. Si este texto se usó alguna vez para justificar la esclavitud
en Estados Unidos, obedeciendo más a la tradición que a una verdadera fe, no es
sorpresa que la iglesia desee justificar una tradición patriarcal tan arraigada
como la de la condena a las personas homosexuales. Estos teólogos, Pastores y
escritores han demostrado que los ocho versículos no condenan precisamente la
orientación homosexual, sino prácticas idolátricas o de violencia que
involucraban relaciones sexuales entre personas del mismo sexo. Así pues, la
enseñanza de la famosa historia de Sodoma y Gomorra no tiene que ver con “el
pecado homosexual”, sino con el intento de violación tumultuaria en contra de hombres
extranjeros a manera de humillación y sometimiento. Los versos de la ley
mesiánica en Levítico realmente condenan las orgías realizadas afuera de los
templos de dioses paganos. El Apóstol Pablo mantiene una postura tradicionalista
de rechazo a los homosexuales pues vivía en una sociedad enteramente patriarcal
(en la cual, por cierto, el concepto de orientación sexual ni siquiera existía),
además de que en ese entonces los actos homosexuales estaban directamente
relacionados con excesos, ritos paganos y, nuevamente, violaciones en las que
hombres pretendían humillar a otros hombres sometiéndolos sexualmente. El homosexualismo
era considerado algo aberrante no por los sentimientos de amor o las
atracciones que dos hombre pudieran tener entre sí, sino porque en el acto
sexual se consideraba que uno de esos hombres tomaba el papel de la mujer. Es
decir, lo terrible no era la homosexualidad en sí, sino que un hombre se
“rebajara” a ser como una mujer, algo despreciable en una sociedad patriarcal. No
es sorpresa que se asumiera una postura de igual rechazo ante el lesbianismo,
más por su relación –en esos tiempos- con ritos paganos, y con la desviación del
rol tradicional de la mujer que con el amor o la atracción erótica. Por otro
lado, además de todo el aspecto social, está aquél de la traducción. La palabra
“homosexual” como tal no apareció en los escritos originales de la Biblia, sino
que se usaba el griego “arsenokoitai”, que se refiere a jóvenes varones que
ejercían la prostitución y que particularmente definía a aquellos que tomaban
el rol “pasivo” en el acto sexual. También se contemplaba en esas menciones a
los jóvenes esclavos con quienes sus amos tenían relaciones sexuales (no
consensuadas). Recientemente algunas ediciones bíblicas han optado por traducir
este término como “homosexual”, pero es una traducción totalmente fallida que
atiende a la conveniencia de la tradición. Otra lectura recomendable al respecto es el ensayo
“Taking God at His Word: The Bible and Homosexuality”, disponible en http://www.patheos.com/blogs/johnshore/2012/04/the-best-case-for-the-bible-not-condemning-homosexuality/.
Pasaron algunos años antes de que mi
familia y yo pudiéramos comenzar a tener una relación más pacífica. Sé que aún
no están de acuerdo con lo que ellos llaman “mi forma de vida”, pero reconozco
su esfuerzo por acercarse más a un enfoque conciliador que a uno que nos pueda
separar. Sé que tanto ellos como yo amamos profundamente a Dios y estamos
firmes en nuestras creencias, aunque en este aspecto sean diferentes. Al final
del día, lo primero a buscar dentro de la comunidad cristiana es la
conciliación entre este grupo de personas unidos por una fe, buscar que, a
pesar de las diferencias doctrinales, podamos seguir una de las más importantes
máximas del cristianismo: Ama a tu prójimo como a ti mismo. Se critica mucho a
las religiones, particularmente a las judeocristianas. A muchas personas les
parece que sus dogmas son una exageración, una construcción social de control,
un lavado de cerebro, etcétera. Expresar eso, como cualquier otra cosa, merece
su debido respeto en tanto a la libertad de expresión y de creencias. Más
pienso que es importante un foro abierto a todas las opiniones, a todos los
enfoques, pues sé que no estoy sola. Sé que no soy la única persona que ha
luchado por conciliar su fe con su orientación sexual, no queriendo sacrificar
una por la otra pues ambas son partes fundamentales de su esencia como ser
humano. Sé que habrá más jóvenes y no tan jóvenes buscando respuestas, buscando
una esperanza, algo que les confirme que Dios les ama y que los constituyó como
seres sexuados que no están limitados al binario hombre-mujer y mucho menos
sujetos a un único propósito de reproducción. Se puede ser gay y cristiano,
cristiano y gay. Se puede ser. La orientación sexual no es una decisión, pero
sí lo es amar y creerle a Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario