miércoles, 27 de enero de 2016

Dios, yo and the Gay Christian

El siguiente texto  fue publicado en Julio de 2015 por la Revista Prosvet, publicación queretana.
     Hace casi diez años salí del clóset. Cité a una de mis mejores amigas bajo un gran árbol frente a nuestro salón de la Facultad de Lenguas y Letras de la UAQ. En lo que Mariana, mi amiga, llegaba, me fumé media cajetilla de Marlboro rojos y casi cavé un surco de tanto dar vueltas en el mismo lugar. Cuando por fin la tuve enfrente, le di muchas vueltas al asunto hasta que pude soltar un “me gustan las mujeres”. Ella me dijo, “ya lo sabía”. Aparentemente medio mundo se entera antes que tú de que eres gay. Le confesé, pues, mi pena (porque en ese momento para mí era una pena), y luego me volví a meter un poco al clóset porque, bueno, era un poco más seguro ahí. Tres años después, mi mamá me sacó otra vez del dichoso clóset, y no fue nada agradable. Un día me dijo que pasaría por mí a la universidad porque quería hablar conmigo. De pronto pensé que ya sabía de qué se trataba el asunto. Llegó, me subí a su auto y nos fuimos a estacionar atrás de la facultad de Derecho, por donde están aquellas legendarias tortas. “Creo que hay algo que tienes que decirme”, “No sé qué quieres que te diga”. Nos aventamos la bolita como media hora hasta que logró sacarme la misma frase que años atrás le había dicho a mi amiga. Al escucharla, mi mamá respondió, “Paloma no es tu amiga, ¿verdad?” –Paloma era mi novia, claro. “Sabes muy bien lo que la Biblia dice al respecto”, dijo mi madre. Vaya que lo sabía. Ella, mi hermano y yo comenzamos a asistir a la iglesia cristiana bautista cuando yo tenía 15 años. Mi mamá acababa de casarse con un hombre cristiano con quien había salido por ocho años y, por primera vez, yo tenía una familia “completa”. Mamá, papá e hijos. A toda la estructura y estabilidad que eso pudo ofrecerme, se sumó el sentido de pertenencia y de identidad ofrecido por la iglesia cristiana (o protestante / evangélica, como nos dicen para distinguirnos de los cristianos católicos). Ahora que creía en Jesucristo y su obra redentora, mi vida tenía sentido y, más importante, tenía propósito. Durante los primeros años de mi andar cristiano aprendí los dogmas básicos; aprendí qué era bueno y qué era malo, y qué se esperaba de mí. No me malinterpreten, no solo se trató de un coco wash, verdaderamente mi vida experimentó un cambio al saber que aquél ser a quien consideraba el creador del universo me amaba y había dado a su Hijo por mí. Sin embargo, había mucha paja entre todo esto. Así pues, supe que la mayor aspiración de una mujer era casarse con un buen hombre de Dios (un bonus si es Pastor), serle sumisa, procrear hijos con él y fungir como su ayuda idónea. Por su parte, la mayor aspiración del hombre era consagrar su vida al servicio del Altísimo, casarse, ser un respetado líder de familia y procrear hijos a quienes heredarles la tradición cristiana. Entonces, la idea de una pareja conformada por dos hombres o dos mujeres simplemente no estaba en la escena. Lo que es más, una relación romántica entre personas del mismo sexo se consideraba una aberración, una perversión, una violación a las leyes naturales de Dios. Yo sabía esto a mis 16 años, cuando empecé a fijarme en mis compañeras de la prepa (y sutilmente acariciaba la pierna de una de ellas cuando nos sentábamos en la alfombra del taller de teatro) incluso aunque tenía novio. Yo sabía esto cuando colgué un póster de Angelina Jolie en su papel de Lara Croft en una pared de mi cuarto argumentando que era una excelente actriz (not), y cuando una media noche (con el volumen de la TV al mínimo) la vi en su papel de Gia Carangi. Lo sabía a los 18 años cuando me enamoré de mi mejor amiga –esos ojos verdes. Lo sabía. Y por eso no podía creer que esto de ser gay me estuviera pasando a mí. Creía que por ser cristiana era inmune a sentir este tipo de atracciones prohibidas. Esa misma noche les dije que sí, que sabía lo que la Biblia decía, pero que no me importaba más. Estaba harta de ocultarme, de reprimirme. Tenía qué experimentar realmente lo que significaba ser lesbiana. Me corrieron de la casa. Una semana después, mi novia me dejó por un tipo y yo caí en una depresión que se apoderaría de mí de forma intermitente por los siguientes cinco años.
            Hay ocho versículos clave en la Biblia que abordan algún tipo de relación homosexual. Ocho versículos de 31,103 versículos que tiene la suma del Antiguo y Nuevo Testamento. Ninguno de estos versículos se encuentra en los Evangelios, es decir, ninguna de estas citas es atribuible a la persona y tiempos de Jesucristo, sino a otros personajes como Moisés y el Apóstol Pablo. Con estos ocho versículos las religiones judeocristianas han defendido la idea de que ser homosexual o lesbiana (ya no digamos transexual o u otras), es pecado. Con estos ocho versículos fui confrontada por Pastores, familia y queridos amigos que, dentro de su marco de creencias, estaban sinceramente convencidos que yo necesitaba cambiar. Un mes después de que mis padres me corrieran de casa y de que mi novia me dejara por otro, hablé con mi papá y llegamos a un acuerdo: podía volver a vivir con mi familia si aceptaba trabajar en un cambio. Pray away the gay. Y tal cual, pasé noches orando de rodillas, pidiendo a Dios que me cambiara, que me quitara eso. Oré con amistades, con Pastores, con consejeros. Ahora que lo pienso, nunca oré con mi familia. Busqué, incluso, un “psicólogo cristiano” para que me ayudara a averiguar de dónde venían estas atracciones -de qué trauma de la vida- y poder darles batalla. También recurrí al maravilloso internet. Sabía que en Estados Unidos, la meca del cristianismo contemporáneo, existían organizaciones cristianas que se dedicaban al apoyo y consejería de personas con, como ellos le llaman, SSA (Same Sex Attractions – AMS, Atracción hacia el Mismo Sexo). Me registré en el foro del ahora extinto Exodus International, uno de los grupos más grandes del movimiento ex gay, cuyo último presidente, Alan Chambers, pidió una disculpa pública a todas aquellas personas homosexuales y lesbianas a quienes la organización había dañado en su intento de ayudarles a cambiar su orientación sexual. Ligado a este movimiento existe aun el de Exodus Latinoamérica, en cuyo blog también me registré. Me hice de todas las herramientas que creí necesarias para dejar de ser lesbiana… con ayuda de Dios. Cabe mencionar que durante los años que intenté “dejar de ser gay”, tuve novias. Cada una, aunque estuviera yo muy enamorada, significaba un fracaso, una forma más de decepcionar a Dios. El resultado de involucrarme en las organizaciones ex-gay (aunque hice una que otra buena amistad que aún conservo) fue sentirme frustrada, herida y confundida; sentir que no era digna del amor de Dios y que mi destino era estar lejos de Él.
Por tres años estuve en una relación muy disfuncional con una chica a la que amé y herí mucho, y que también me amó y me lastimó. No mucho tiempo después de haber terminado con ella, ya había buscado y encontrado a otra terapeuta. Ya no para dejar de ser lesbiana, sino para lidiar con mis ciclos depresivos que entre otras cosas me llevaron a medicarme y me produjeron fuertes impulsos suicidas. También comencé a preguntarme si realmente era posible dejar de ser gay. Y no solo eso, me preguntaba si realmente Dios quería que dejara de serlo, si realmente esos 8 versículos significaban lo que en la iglesia me habían dicho. Entonces acudí a San Google; escribí “Christian gay”. El primer resultado me llevó a la página www.gaychristian.net, de algo llamado The Gay Christian Network. Sí, había gente que pensaba que ser gay y cristiano no era imposible; no solo eso, sino que esas personas también creían que la Biblia no condenaba la homosexualidad y que Dios bendice las relaciones –monógamas y comprometidas- entre personas del mismo sexo. Un nuevo mundo estaba frente a mis ojos. En cuanto me fue posible, compré el libro Torn, escrito por Justin Lee, el fundador de The Gay Christian Network. Fue la primera vez que leí el testimonio de alguien que, como yo, había pasado años pensando que su relación con Dios estaba rota por lo que le habían enseñado en la iglesia acerca de la homosexualidad. Después de haber analizado detenidamente los ocho controversiales versículos, Lee llegó a la conclusión de que Dios lo amaba y lo había creado como era, gay todo. La corriente cristiana incluyente (affirming Christians) tiene una fuerte presencia en Estados Unidos y es algo que apenas comienza a penetrar Latinoamérica. Existen varios autores cristianos, entre los más representativos están Matthew Vines (God and the Gay Christian) –cuyo testimonio en video se encuentra en Youtube-, y el Pastor Rommel D. Weekly (Homosexianity y The Rebuttal). Leyendo sus libros me topé con estudios teológicos profundos que demuestran cómo la Biblia ha sido mal interpretada en el tema de la homosexualidad. Si este texto se usó alguna vez para justificar la esclavitud en Estados Unidos, obedeciendo más a la tradición que a una verdadera fe, no es sorpresa que la iglesia desee justificar una tradición patriarcal tan arraigada como la de la condena a las personas homosexuales. Estos teólogos, Pastores y escritores han demostrado que los ocho versículos no condenan precisamente la orientación homosexual, sino prácticas idolátricas o de violencia que involucraban relaciones sexuales entre personas del mismo sexo. Así pues, la enseñanza de la famosa historia de Sodoma y Gomorra no tiene que ver con “el pecado homosexual”, sino con el intento de violación tumultuaria en contra de hombres extranjeros a manera de humillación y sometimiento. Los versos de la ley mesiánica en Levítico realmente condenan las orgías realizadas afuera de los templos de dioses paganos. El Apóstol Pablo mantiene una postura tradicionalista de rechazo a los homosexuales pues vivía en una sociedad enteramente patriarcal (en la cual, por cierto, el concepto de orientación sexual ni siquiera existía), además de que en ese entonces los actos homosexuales estaban directamente relacionados con excesos, ritos paganos y, nuevamente, violaciones en las que hombres pretendían humillar a otros hombres sometiéndolos sexualmente. El homosexualismo era considerado algo aberrante no por los sentimientos de amor o las atracciones que dos hombre pudieran tener entre sí, sino porque en el acto sexual se consideraba que uno de esos hombres tomaba el papel de la mujer. Es decir, lo terrible no era la homosexualidad en sí, sino que un hombre se “rebajara” a ser como una mujer, algo despreciable en una sociedad patriarcal. No es sorpresa que se asumiera una postura de igual rechazo ante el lesbianismo, más por su relación –en esos tiempos- con ritos paganos, y con la desviación del rol tradicional de la mujer que con el amor o la atracción erótica. Por otro lado, además de todo el aspecto social, está aquél de la traducción. La palabra “homosexual” como tal no apareció en los escritos originales de la Biblia, sino que se usaba el griego “arsenokoitai”, que se refiere a jóvenes varones que ejercían la prostitución y que particularmente definía a aquellos que tomaban el rol “pasivo” en el acto sexual. También se contemplaba en esas menciones a los jóvenes esclavos con quienes sus amos tenían relaciones sexuales (no consensuadas). Recientemente algunas ediciones bíblicas han optado por traducir este término como “homosexual”, pero es una traducción totalmente fallida que atiende a la conveniencia de la tradición. Otra lectura recomendable al respecto es el ensayo “Taking God at His Word: The Bible and Homosexuality”, disponible en http://www.patheos.com/blogs/johnshore/2012/04/the-best-case-for-the-bible-not-condemning-homosexuality/.

Pasaron algunos años antes de que mi familia y yo pudiéramos comenzar a tener una relación más pacífica. Sé que aún no están de acuerdo con lo que ellos llaman “mi forma de vida”, pero reconozco su esfuerzo por acercarse más a un enfoque conciliador que a uno que nos pueda separar. Sé que tanto ellos como yo amamos profundamente a Dios y estamos firmes en nuestras creencias, aunque en este aspecto sean diferentes. Al final del día, lo primero a buscar dentro de la comunidad cristiana es la conciliación entre este grupo de personas unidos por una fe, buscar que, a pesar de las diferencias doctrinales, podamos seguir una de las más importantes máximas del cristianismo: Ama a tu prójimo como a ti mismo. Se critica mucho a las religiones, particularmente a las judeocristianas. A muchas personas les parece que sus dogmas son una exageración, una construcción social de control, un lavado de cerebro, etcétera. Expresar eso, como cualquier otra cosa, merece su debido respeto en tanto a la libertad de expresión y de creencias. Más pienso que es importante un foro abierto a todas las opiniones, a todos los enfoques, pues sé que no estoy sola. Sé que no soy la única persona que ha luchado por conciliar su fe con su orientación sexual, no queriendo sacrificar una por la otra pues ambas son partes fundamentales de su esencia como ser humano. Sé que habrá más jóvenes y no tan jóvenes buscando respuestas, buscando una esperanza, algo que les confirme que Dios les ama y que los constituyó como seres sexuados que no están limitados al binario hombre-mujer y mucho menos sujetos a un único propósito de reproducción. Se puede ser gay y cristiano, cristiano y gay. Se puede ser. La orientación sexual no es una decisión, pero sí lo es amar y creerle a Dios.